domingo, 25 de noviembre de 2018

Slayer + Lamb of God + Anthrax + Obituary. 17 noviembre 2018. Palacio de Vitalegre, Madrid.

Tomás está radiante y melancólico a la vez. Clava su mirada en la de otros miles de personas que nunca volverá a ver. Noche tras noche sabe que su labor está llegando a su fin, y saborea cada instante de gloria, en especial esas breves despedidas al borde de las tablas que sabe que guardará en el baúl de la memoria dentro de no muy poco. Tomás Enrique Araya, cantante (aunque ya no por mucho tiempo) de Slayer, realiza su última gira a través del globo, y hoy estamos ahí para despedirnos.



He querido empezar la crónica de este concierto con un pequeño homenaje a una de las figuras más importantes del thrash metal, y que acompañado de tres bandas de altísimo nivel, nos ofrecieron un pequeño/gran festival de la música más potente del mundo.

No pensaba que el aforo del Palacio de Vistalerge se fuese a llenar con unas bandas tan poco comerciales, pero tanto las gradas como la arena estaban a tope, un signo de que no sólo de mainstream viven estos recintos. Se percibía ambiente de noche grande, con buen rollo y casi nulos altercados.

El comienzo de la velada lo puso Obituary, veteranos del death metal primigenio de Tampa Bay. Con Redneck Stomp, ese tema instrumental de su gran Frozen in Time, vamos calentando los oídos y calibrando a los instrumentistas. Unos pantalones cortos militares, camiseta de manga larga y una larga melena rubia rizada entran como vestuario de una de lasa voces más brutales de la escena death: Jonh Tardy berrea como nadie las pestilentes letras que se desplazan sobre la base de batería de su hermano Donald (único batería original de las 4 bandas del cartel), y los riffs de guitarra, a veces endiabladamente rápidos, a veces viscosamente lentos de Trevor Peres, Kenny Andrews (solista) y Terry Butler (bajo). Con una escasa media hora y 8 temas, la mitad del repertorio pertenecía a sus dos últimas obras, y el resto de sus clásiquísimos Slowly we rot y The end complete, y el corte "Don´t care" de su variado World Demise. Sin tiempo para discursos o concesiones, la muerte y podredumbre va volando sobre el escenario, dejando un ligero hedor a triunfo de la banda telonera de la noche que ha logrado su própósito de dejar el campo de batalla listo parael resto de ejércitos.




A continuación vivimos un fantastico deja vú: otro excelso concierto de los chavales neoyorkinos de Anthrax. Como en sus anteriores visitas, no deja de asombrarme el buen estado de forma que tiene el combo thraser con más buen rollo de la escena, quizá era la banda que más desentonaba en el cartel, debido a esa alegría que desprenden comparado con el resto de grupos. ¿Dónde estuvo Belladona todos estos años?, ¿dónde está Charly Benante, ausente en directo desde hace años?, ¿porqué no tocan ni un sólo tema de la época de Bush?, ¿porqué repiten siempre el mismo set list?...preguntas que se diluyen en el aire, al comenzar y terminar su concierto con los riffs de "Cowboys from Hell" de Pantera, en un claro homenaje de Scott Ian a sus amigos caídos. Nos encontramos en la primera canción atrapados en un mosh, aunque no literalmente: a pesar de estar en un lateral en segunda fila, la marabunta se zurraba la badana en la parte central del coso. Dos versiones, Got the time y Antisocial, son temazos, pero no dejan de ser covers, y en un show de 7 temas yo incluiría alguna otra joya de su discografía, como por ejemplo hicieron con Fight ´em ´till you can´t, que quedó genial. Saltos, sonrisas, gestos...todos los miembros de la banda, a excepción del  sosainas de Donais, nos ofrecene una auténtica fiesta que se traslada de las tablas al público. Be all end all de su State of Euphoria puso el toque coreable e Indians el final del buen rollo por hoy. Otro 10 para Anthrax.










La cosa empieza a ponerse seria cuando vemos el currado escenario que van montando los pipas de Lamb of God, la banda que más me gusta de las 4 que presenciaremos hoy. El crecimiento y calidad de esta banda la hace por méritos propios una de las candidatas a mejor combo de la última década, y siguen en ascenso. La intro de Omerta da comienzo al recital de una manera calmada pero contudente, para ir tomando la temperatura a la banda y para centrarnos en los movimientos del siempre activo Randy Blythe: un frontman como la copa de un pino, chupado como una chusta, con rastas, dando botes, animando a cantar al personal, y con una voz impresionante que sale de las entrañas de un artista que ha pasado un infierno estos últimos años (por homicidio involuntario en un concierto) y del que me alegro mucho que no haya tirado la toalla. La ausencia notable viene por parte del batería Chris Adler, desaparecido también en las giras de Megadeth, desconozco la causa, pero tenía especial ilusión en ver a este gigante de las baquetas. A las guitarras contamos con ese dúo  que con el tiempo, llegará a ser reconocido como una de los mejores parejas de todos los tiempos del groove metal: Willie Adler (hermano de Chris) y Mark Morton.Quizá no tengan la técnica ni el virtuosismo de otros hachas, pero los ritmos y riffs que escupen en cada tema sobresalen sobre los de muchísimas bandas de su estilo. Al bajo, Saruman el blanco, disfrutando de su permiso carcelario de Isengard. El público lo pasó en grande y disfrutó de himnos como Now you´ve something..., Laid to  rest o Redneck, pero como anunció Randy muy cortesmente y mostrando la debida pleitesía, todos estábamos allí por Slayer, y es cierto, por muy buenos conciertos que estábamos presenciando, nada podía hacer sombra a los reyes de las tinieblas y a su despedida de los escenarios.




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Tras  varias horas de sufrimiento cervical y auditivo (de las pocas veces que me he puesto tapones en un concierto), al fin llegaba el momento de la tortura con mayúsculas, el infierno hecho música en forma de letras, sonidos y gritos salidos de los rincones más oscuros de la mente humana, simplemente reflejados en un nombre: Slayer. Una banda a la que he ido cogiendo el gusto con los años, y que me cautivó del todo la primera vez que los vi en sala en 2015, tras varios conciertos aburridos en festival (consejo para los más jóvenes: intentad ver siempre una banda en ambos ambientes, la cosa cambia mucho). Todo pintaba muy bien desde el inicio, ya que se veía que traían un montaje digno del grupo que son, al fin íbamos a poder disfrutar no sólo de la música, si no visualmente de su averno particular. Un telón translúcido reflejaba cruces y símbolos, y al caer tras la intro, nos dejó ver otro espectacular detrás de la batería con motivos de Repentless, su última obra y con la que abrieron la masacre. Los telones se iban sucediendo tras varias canciones y contaban con pintura luminiscente que en la oscuridad reinante entre las canciones quedaba realmente espectacular. A parte contaban con unos artefactos que escupían fuego, bien en forma de altas llamaradas o de rayos, y en ocasiones unos logos incendiaros. Y para efecto visual efectivo de c***nes, la presencia  de los tipos más duros del thrash metal, sin ninguna duda. Hetfield, Mustaine, Bobby, Belladona, Chuck Billy, Petrozza....simples corderitos comparados Kerry King y Tom Araya, una dupla que con una mirada y un riff te crean la duda de que hayan nacido en este mundo. Como personal adjunto a la carnicería teníamos a Gary Holt de Exodus, encargándose magníficamente de gran parte de los solos y al veterano Paul Botaph, que cosa rara, estuvo fallón en varios tramos del concierto. Tras el primer tema nos regalaban el bailable Blood Red, que junto a sus temas lentos (Mandatory suicide, Dead skin mask, Seasons in the abyss), representaron los que no fueron endiabladamente rápidos y violentos, cosa que agradecieron nuestros sufridos tímpanos. La ristra de barbaridades sonoras y líricas que se iban sucediendo harían escalofriarse al más curtido en estas lides, pero es que no había tregua para el respiro: era hoy o nunca, muchos no volveremos a verles en directo, y nos regalan la oportunidad de llevarnos en la retina un concierto infernal y memorable a la altura de su discografía. Un ritual de sangre, fuego y metal en el que repasaron casi todas sus obras: en especial South of Heaven con 4 temas, salpicados de cortes menos habituales entre los que me encantaron a nivel personal: Jihad, Payback y Hate Worlwide, a parte, obviamente, de sus manidos pero efectivos clásicos como Raining Blood y Angel of Death, con los que el público se volvió loco. Con Jeff Hanneman siempre presente y con una sincera y emotiva despedida, se puso fin a una diabólica velada. Volviendo al principio de la crónica, Tom Araya estuvo varios minutos en silencio mirándo al público, repasando seguramente los miles de conciertos vividos en su carrera y que deja atrás para siempre. Un final entrañable para una endiablada carrera, y un festival redondo.








  1. Encore: